I. Esto no es una denuncia, sino una declaración de guerra
Este texto comencé a escribirlo como un ejercicio de catarsis contra los estragos que me había dejado una relación de abuso y violencia doméstica. En principio, pensé en llamarlo Esto no es una denuncia, sino una declaración de guerra como manera de dejar claro que mi interés no era el de “exponer” a ese otro al escarnio público como si eso fuese “hacer justicia”, sino que mi intención era señalar como alguien, que perfectamente puede pasar por aliado (del anarquismo, del feminismo, del punk, de la contracultura, etcétera) no es sino un enemigo a vencer. Sin embargo, a día de hoy no me abandonan los temores a ser juzgada, a que no me crean, a mostrar los detalles de tal infierno y las vulnerabilidades que me llevaron a soportar aquello. Además, sabía perfectamente que la persona con la había tenido tal experiencia no era el enemigo definitivo, sino una más de sus encarnaciones y que lo realmente quería comunicar iba más allá del anecdotario personal. Necesitaba sentar las bases de una teoría política sobre la guerra apropiada para las mujeres que nos identificamos con los feminismos y el pensamiento libertario, para ayudarnos a ver a ese enemigo en su totalidad y no sólo en sus manifestaciones individuales. Así que terminé guardando aquel escrito íntimo y rescaté de este la intención de contribuir a visibilizar la problemática de las violencias machistas dentro de nuestros espacios y nuestras vidas, pero desde una perspectiva político-filosófica. Más que una denuncia, que puede llevar a la revictimización, decidí que lo que quería escribir lo haría desde una posición de lucha, tanto defensiva como ofensiva, haciendo evidente que el patriarcado es una guerra abierta contra las mujeres.
Esta concepción guerrera de la política la he ido cultivando desde hace algún tiempo y se ha basado no sólo en las lecturas que he hecho, sino principalmente en mi experiencia como sujeto político en los diferentes aspectos materiales y socioculturales que me atraviesan. Sin embargo, ha sido dentro del primer ciclo de sesiones de NEGATIVA, el taller libertario de filosofía política que coordino en el CSO La Cinétika, en donde percibí cómo podía encajar algunas piezas. En el taller nos enfocamos en la lectura de la obra de Carl Schmitt (1888-1985), el polémico filósofo y jurista alemán adscrito a movimientos como la Revolución Conservadora y el Tercer Reich. Sobre su figura no pretendí ahondar ni en taller ni lo haré en este texto, pues es su obra y la posibilidad de desviarla lo que realmente me interesa.
En principio comencé las sesiones del taller llevando las lecturas de Schmitt al ámbito libertario, pero pronto me di cuenta que para el feminismo su teoría política puede también ser de gran utilidad. Este ensayo es el resultado de tales reflexiones.
Este desvío lo hago siguiendo la línea del détournement situacionista, pero más que como una propuesta estética, lo empleo como método filosófico de expropiación del conocimiento siguiendo las propuestas de la epistemología situada y feminista. Ahondar en este procedimiento requiere un análisis que se centre exclusivamente en ello, lo cual de momento supera los propósitos de este ensayo. Por tanto, lo que he escrito aquí en torno a la apropiación o expropiación intelectual no es sino un mero bosquejo, pues más que teorizar a profundidad sobre este aspecto, lo que deseo es mostrar, a partir de la la exposición del pensamiento schmittiano, un ejemplo de lo que el détournement filosófico puede llegar a ser.
II. Ius belli. Derecho de guerra
Mi intención al recuperar la teoría política de Schmitt, como he mencionado antes, es hacer una especie de détournement. Para mí, el atractivo de su teoría política reside en su manera radical y concisa de nombrar las tensiones políticas, pues ello resulta una herramienta útil tanto para los intereses que él pretende servir como para los nuestros. Así, lo que me interesa demostrar es que tanto la defensa como la ofensiva feminista son justas y legítimas, es decir, que provienen del derecho fundamental de conservación de la vida y de que esta transcurra de manera digna. Por supuesto, esta demostración no es para el enemigo. Mis palabras no son un intento de entablar diálogo alguno con él, sino con las amigas, con aquellas que hace tiempo entendieron el lugar que ocupamos en el mundo y para llamar a otras.
Esta formulación de amigo-enemigo es una identificación y diferenciación que hace Schmitt entre y que sirve como principio fundamental para definir qué es lo político((Schmitt, C. El concepto de lo político. Alianza Editorial. Madrid, 2014.)). Para nosotras, es una definición que nos puede lograr emancipar de falsas alianzas, mismas que han dañado históricamente tanto al anarquismo como a los movimientos feministas. Con esto no quiero afirmar que la posibilidad de encontrar afinidades sea imposible, que haya que renunciar a la posibilidad de la acción coyuntural en momentos precisos, ni que haya que rechazar estrategias de lucha, pero sí que debemos mantener fija la mirada en nuestro horizonte y no perderlo de vista de entre la inmediatez cotidiana.
Así, como feministas libertarias debemos estar atentas a las alianzas que se nos presentan, tanto a nivel colectivo como individual, pues sólo de esa manera podemos llegar a diferenciar si nos encontramos ante un amigo o un enemigo y actuar en consecuencia. Y es importante señalar, como hace Schmitt, que las enemistades tienen grados y que su nivel máximo se manifiesta en la guerra((Íbid.)).
Sin embargo, es importante aclarar que el enemigo, siendo estrictas con las categorías schmittianas, no nos considera siquiera enemigas, sino parias, criminales e incluso terroristas, por lo que usará siempre cualquier argumentación falaz para deslegitimar nuestra lucha. Por eso mismo, es que esta demostración no puede dirigirse a él, pues este lo terminará tergiversando, sino que se dirige hacia nosotras mismas, debido a que muchas veces dudamos de si nuestras respuestas contra las violencias machistas son desbordadas, innecesarias, dramáticas o irracionales. Sepamos que no lo son. Defendernos nunca será exagerado y atacar como respuesta no es un crimen, sino un derecho((Cuando uso el término de “derechos” dentro de este texto, como el derecho a la guerra, por ejemplo, no me refiero a estos entendidos dentro de la tradición liberal derecho-humanista, la cual rechazo, sino como sinónimo de lo que es legítimo, concepto que sólo puede entenderse en términos éticos y morales.)) fundamental.
Para Schmitt, el ius belli o derecho de guerra, este derecho a la legítima defensa por medio de la declaración de la guerra, es un “atribución inherente” del Estado, es decir, que este tiene “la posibilidad real de, llegado el caso, determinar por propia decisión quién es el enemigo y combatirlo”((Íbid.
Esta definición es sumamente importante en la obra de Schmitt y está ligada a su concepto de soberanía, al cual se le conoce como decisionismo.)). Dentro del anarquismo sabemos que todo derecho atribuíble al Estado debe ser expropiado y, en consecuencia, ejercido sin la necesidad de su autoridad mediadora, pues es además el Estado nuestro enemigo. De la misma manera, desde el feminismo hemos entendido hace tiempo que nuestro principal enemigo es el patriarcado, pero parece que no hemos terminado de entender cómo combatirlo. Esto se deba a que quizá no hemos percibido que el grado de enemistad es tal que no es una simple enemistad política y socio-cultural apenas visible, sino que nos encontramos efectivamente en una situación de guerra y que para ganarla, no podemos fiarnos de la figura del Estado y de su aparato judicial, pues esta institución es una de las muchas caras del patriarcado, quizá incluso, la más difícil de combatir.
Por ejemplo, la violencia doméstica llevada al extremo, esto es, al asesinato, al feminicidio, no es una situación que pueda ya resolverse fácilmente por los cauces políticos institucionales — es decir, legales — , pues en países como México, por ejemplo, las víctimas mortales de estos actos terminan siendo revictimizadas por policías, jueces y medios de comunicación. De ahí que las protestas feministas en dicho país hace mucho hayan abandonado la pasividad de mostrarse como simples caminatas alrededor de las ciudades, pasando entonces a la quema, destrucción e incluso okupación de estructuras del orden público, pues la impotencia ante tales niveles de violencia contra las mujeres y las disidencias se ha vuelto insoportable. En la calle, en el transporte público, en las escuelas, en el trabajo, en la casa, en los juzgados, en el cine, en la televisión, en los periódicos, en la radio, en internet… cada rincón de nuestras vidas como mujeres está plagado de violencia contra nosotras. Estas no son simples expresiones ocasionales del machismo: es una guerra abierta.
Schmitt escribe que dentro de “un conflicto extremo” sólo los implicados pueden decidir “si la alteridad del extraño representa en el conflicto concreto y actual la negación del propio modo de existencia, y en consecuencia si hay que rechazarlo o combatirlo para preservar la propia forma esencial de vida”(( Íbid.)). Sin duda alguna, las mujeres cis o trans, niñas o adultas, los hombres homosexuales o transexuales y las personas no-binarias, podemos decir que el patriarcado atenta de forma absoluta contra nuestra existencia por el simple hecho de ser quienes somos. Y por supuesto, desde una perspectiva revolucionaria y libertaria, no podemos esperar a que el Estado resuelva esta guerra, pues como ya he mencionado antes, es parte fundamental del enemigo.
Ahora bien, más arriba he mencionado que, si bien podemos nosotras identificar como enemigo al patriarcado siguiendo el marco teórico de Schmitt, este ni siquiera nos consideraría como enemigas pues hacerlo implicaría concedernos una soberanía, esto es, una capacidad de decisión((Schmitt. C. Teología Política. Editorial Trotta. Madrid, 2009.)). Además, esto nos otorgaría garantías como la amnistía(( Schmitt, C. Teoría del partisano. Instituto de Estudios Políticos. Madrid, 1966.)), lo cual implicaría que el enemigo vislumbra un fin de la guerra y la sobrevivencia de algunos de los combatientes contrarios, quienes tendrían que pasar a integrarse a la vida en común en la posguerra. En cambio, un enemigo no oficialmente reconocido, enmarcado en una situación de guerra — reconocida o no —, no es más que un criminal — lo que vendría a ser alguien “inmoral”, un “enfermo mental” o alguien meramente motivado por dinero, un sicario — o un partisano, esto es, alguien que toma parte en un conflicto por cuestiones ideológicas, éticas o morales y que no forma parte de un ejército profesional((Íbid.)). Al criminalizar al enemigo, al designarlo como un mero partisano, se deslegitima su lucha. Esta no entra dentro de los marcos legales del derecho internacional de guerra y, por tanto, las acciones llevadas a cabo contra los combatientes irregulares, usualmente tildados como criminales o terroristas, pretenden su total exterminio((Íbid.)).
Cuando el Estado no reconoce que hay una guerra abierta contra las mujeres por parte del patriarcado, nos deja a aquellas que lo combatimos desamparadas de la legalidad que también supone acogernos y nos vuelve incluso quebrantadoras de la ley. Por ejemplo, están los casos de Yakiri Rubio y Roxana Ruiz, dos mujeres mexicanas cuyos casos, aislados en el tiempo, se asemejan por el hecho de que ambas lograron matar a sus violadores en el acto y posteriormente fueron llevadas a prisión((Si bien ambos casos fueron posteriormente sobreseídos, demostrar que fueron en legítima defensa requirió no sólo de una buena defensa legal, sino de actos de protesta en solidaridad.)). De la misma manera, en los espacios revolucionarios o contraculturales que ocupamos, si el conjunto social que supone ampararnos no reconoce que el patriarcado y todas las formas en que se manifiesta suceden dentro del marco de una guerra contra las mujeres y otras identidades disidentes, nunca habrá acciones serias contra estas violencias y quienes sufrirán las consecuencias serán las personas que actúen en contra de sus agresores. Por ello, considero que no basta con señalar a estos y sus actos, pues aún después de la visibilidad mediática que dio a estos casos el movimiento del MeToo, pocas veces las denuncias tienen repercusiones realmente reparadoras y quienes terminan por quedar aisladas son las denunciantes.
Y es que dentro de una guerra no basta con señalar al enemigo esperando que este se repliegue al verse descubierto, sino que hay que combatirlo. Por supuesto, no estoy proponiendo aniquilar por medios violentos a todos los agresores, pero sí reconocer su grado de enemistad y actuar en consecuencia en su justa medida. En definitiva, si una mujer mata a su violador, esta no debería de ser encarcelada… pero esto, a efectos de este texto, no es de mi interés discutirlo ya que sería apelar a cuestiones inherentes al Estado y su jurisdicción(( Por otro lado, considero que el uso de medios legales contra las violencias machistas es absolutamente legítimo, pues es una forma de lucha en la que feministas de otro espectro político se han involucrado de manera histórica e innegablemente han logrado algunas victorias. Además, en muchos casos, el uso de recursos legales ha sido la única salida viable para frenar las agresiones de individuos perfectamente adaptados a nuestras sociedades machistas.)), mientras que lo que pretendo es precisamente generar herramientas y armas independientes e incluso contrarias a él. En todo caso, quisiera remarcar que la defensa feminista es siempre justa, legítima y necesaria, que hay muchas maneras de llevarla a cabo y que el ojo crítico, cuando se produce una violencia machista, hay que dirigirlo principalmente al agresor y no a los actos de defensa de la víctima.
También, hay que insistir en que nuestro modo de combatir al enemigo patriarcal debe ser constante. Señalar a un agresor no puede ser el único paso a dar, sino que debemos comprometernos en todos los ámbitos de nuestra vida a que las mujeres y otras personas con identidades sexuales y de género diversas, tengamos espacios de sanación emocional y física, de acompañamiento, de solidaridad material y espiritual, reconociendo también que necesitamos de tácticas de defensa y de ataque. El entrenamiento físico, la portación de objetos de defensa y la creación de protocolos de respuesta colectiva e individual son muy importantes, pues nuestras vidas están realmente en peligro. Y, por supuesto, la formación política constante de mujeres, disidencias y hombres que pretenden genuinamente ser aliados, es pieza clave de este combate, pues el discurso, aquello que opera en el logos, es también un arma muy poderosa: me atrevo incluso a decir que es la más duradera.
III. Tácticas de guerra continuada: expropiación total de los medios de producción intelectuales y culturales
“Tal como Marx mostró con la ciencia de la riqueza, nuestra recuperación del conocimiento es una recuperación revolucionaria de los medios que nos sirven para producir y para reproducir nuestras vidas. Tenemos la obligación de interesarnos por estas tareas.”((Haraway, D.J. Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Ediciones Cátedra. Madrid, 1995. ))
— Donna Haraway
Dentro de los feminismos es común citar el poema de Audre Lorde, Las herramientas del amo nunca desarmarán la casa del amo(( Moraga, C. y Castillo A. (Ed.), Esta puente, mi espalda. Voces de mujeres tercermundistas en los Estados Unidos. Ism Press, San Francisco, 1988.)), como manera de enunciar que nuestro proceder como feministas debe ser distinto al del patriarcado. Si bien entiendo hacia dónde quiso apuntar la poeta y cómo ha sido esto interpretado, quisiera que le diéramos la vuelta a la frase como ejercicio metafórico para este détournement teórico. Claro que podemos destruir la casa del amo con sus propias herramientas: el martillo es martillo sin importar quién lo empuñe, basta con que lo cojamos y cambiemos la dirección del golpe y el porqué de este.
El détournement, concepto concebido por Guy Debord y desarrollado por él mismo y el resto de integrantes de la Internacional Situacionista, es un proceso de destrucción, apropiación y renovación de elementos surgidos dentro del capitalismo con la intención de construir otra narrativa, una de carácter político que comunique un discurso revolucionario enfocado a la transformación de la vida cotidiana((Sobre la historia del détournement recomiendo el ensayo de Antonio Bentivegna, “Concepto y empleo del ‘Détournement’ en el ámbito del proyecto de renovación social de la ‘Internationale Situationniste’ (1958-1972)” https://revistascientificas.us.es/index.php/fedro/article/view/12571/10822)). No olvidemos, que los años en que la Internacional Situacionista opera, principalmente en los sesentas, es un momento de desencanto con la Unión Soviética y su proyecto socialista fallido, por tanto, su propuesta filosófica, política y estética, si bien está siempre marcada por la lucha de clases, se encontraba lejos del marxismo ortodoxo del Partido Comunista y en posición crítica contra este. De ahí que su perspectiva de lucha revolucionaria ya no tuviera como objetivo la toma de poder a través del Estado, sino el de hacer la revolución en el ámbito de lo cotidiano((Para adentrarse en la crítica situacionista de la vida cotidiana: Debord, G. “Perspectivas de modificación consciente de la vida cotidiana”, Sindominio. Archivo Situacionista Hispano. https://sindominio.net/ash/is0606.htm)).
Actualmente, tanto el arte contemporáneo como los movimientos contraculturales, han utilizado este método de apropiación y reutilización, obteniendo resultados estéticos bastante prolíficos. Sin embargo, no sólo han sido los estetas de todo rango quienes lo han hecho, sino también el enemigo mismo que los situacionistas pretendían combatir con su détournement: el capital. Por ejemplo, la estética propia del collage se puede encontrar ahora en cualquier afiche publicitario y un gran porcentaje del arte contemporáneo institucionalizado ha edulcorado el discurso subversivo de la Internacional Situacionista, repitiéndolo hasta el cansancio y el absurdo, convirtiéndolo en otra mercancía. No es exagerado decir que el détournement, estéticamente, ha muerto. O mejor dicho, que lo han asesinado.
Hoy por hoy, la acumulación exacerbada del capitalismo y que se manifiesta en imagen — como enunciaba Debord((Debord. G. La Sociedad del Espectáculo. Sindominio. Archivo Situacionista Hispano. 1998. https://sindominio.net/ash/espect0.htm)) — ha llegado a un punto tal que no podemos pretender ya combatir al espectáculo — es decir, a las relaciones sociales mediadas por imágenes — por medio de imágenes. Las redes sociales, el internet, como armas del capitalismo, se han apropiado de todo. Todo discurso, toda imagen, sin importar su contenido, se ha vuelto mercancía. Sin embargo, como seres vivos, no podemos simplemente darnos por vencidas. Menos aún como mujeres, pues la guerra que tenemos que librar es doble: contra el capital y contra el patriarcado.
Por tanto, es necesario que recurramos a otras formas narrativas, a unas que sean más difíciles de recuperar por el capital y que permitan que nos coloquemos no sólo en el lugar de víctimas, de sometidas, de esclavas, de abusadas, de violadas, sino en el de potenciales combatientes que pueden ganar la guerra. De ahí que el détournement que propongo no sea simplemente estético — pues este es ya estéril — ni tampoco meramente teórico, sino total.
Al patriarcado y al capital debemos expropiarles todo: debemos agenciarnos sus recursos, hacerlos nuestros y, por supuesto, destruir lo que de estos no queremos. Por tanto, lo que propongo no es usar las herramientas del amo de la misma manera en que este las usa, pues eso nos llevaría a la imposibilidad de destrucción — y por ende, a la posibilidad de creación de algo nuevo — de la que nos habla Lorde. No, la propuesta es saber cuáles de las herramientas tomar, cómo hacerlo y en qué momento. Sin duda, el conocimiento teórico, la filosofía, no es sólo una caja de herramientas (como dirían Deleuze y Foucault((Foucault, M. Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones. Alianza Editorial. Madrid, 2000.))) sino todo un arsenal que debemos arrebatar a los amos de este mundo.
Si bien una de las principales tácticas propuestas por el comunismo, y reivindicada siempre por el anarquismo, ha sido desde siempre la de la expropiación, esta se ha dirigido convencionalmente a los bienes materiales que los dueños de producción, la burguesía y el Estado ostentan. En cuanto a los bienes inmateriales poco se ha escrito, sin embargo, no es coincidencia que seamos las feministas, con pioneras como Donna Haraway, quienes propongamos esta estrategia.
El patriarcado ha permitido hablar a los hombres y estos, estando en el error o no, han hablado por siglos sin temor a nada, han construido un diálogo entre ellos, una Historia, un aparato ideológico, una ciencia, un sistema, un modo de producción e incluso críticas contra este… todo partiendo de un lenguaje compartido con nosotras, del que nos hicieron parte pero no para hablar también, sino simplemente para escuchar, para ser parte de su mundo no también como protagonistas, sino como meras espectadoras.
Ya Aristóteles decía que las mujeres tenemos la misma capacidad deliberativa — es decir, racional — que la de la de los hombres, pero sin seguridad((Aristóteles, Política, 1260a. Alianza Editorial. Madrid, 2009. En la traducción de la Política de Alianza se traduce como “seguridad”, mientras que en la de Gredos, el término usado es el de “autoridad”. En griego, la palabra que Aristóteles usa es ákyron, que significa vacío, inválido. Por tanto, lo que podemos deducir es que lo que Aristóteles desea poner en claro es que la mujer, a diferencia del esclavo y del niño, sí que puede razonar tanto como el hombre, pero que tal razonamiento carece de efecto sin la autorización, la seguridad o la validez del poder masculino.)), sin capacidad de decisión((Sobre la capacidad de decidir y sus consecuencias políticas, véase la nota al pie número 4.)). Porque aunque nos veían en sus casas, siendo las planificadoras de su oikonomía — con toda la agencia y el ejercicio de poder que eso conlleva — manteníamos la cabeza agachada ante ellos, sin poder disentir o enunciar algo propio. Porque el silencio y la inseguridad se nos habían impuesto.
Por eso, expropiar el conocimiento partiendo del lenguaje y el razonamiento abstracto es un imperativo para la lucha feminista e interseccional. Todas tenemos el deber de hablar. Y hablar no es sólo expresarse de manera oral o escrita, sino hacerlo por medio de todas las herramientas del mundo, hacerlas nuestras. Desde sus ciencias, su teología, sus artes, su sexualidad… La lucha de clases hizo de su sujeto político al proletariado y su objetivo fue la toma de los medios de producción. El feminismo que nos coloca a las mujeres (cis y trans) como sujeto político debe tener como uno de sus objetivos expropiar toda cultura, todo conocimiento, pues el “progreso” de la humanidad ha sido posible gracias a nosotras. Toda producción intelectual que históricamente se le ha adjudicado a los hombres nos pertenece y poseemos la misma capacidad de conocimiento que ellos y que desde el patriarcado nos ha sido negada.
Hemos sido la eterna musa, la amante, la madre, la cocinera, la meretriz y la enfermera que les permitió a los hombres generar esa cultura de la que ahora tanto se vanaglorian y nos restriegan por la cara que ha sido “construida por ellos”. Es momento de hacernos de lo que es nuestro, pero haciéndolo desde el reconocimiento de que no somos neutrales y mucho menos infalibles. Ahí sí que tenemos que cambiar el sentido de la herramienta del amo, pues este, en su infinita arrogancia, se ha creído “objetivo”, “neutral”… o al menos así se nos ha querido mostrar, mientras que de nosotras ha fabricado una imagen absolutamente falaz, errónea y subjetiva. Sepamos nosotras desde dónde decimos lo que decimos y el porqué. No queramos engañarnos a nosotras mismas ni a nadie más con la trampa de la “neutralidad”((Sobre la imposibilidad de la neutralidad en el ámbito político y la necesidad imperante de evitarla, es también de mucha utilidad el pensamiento de Schmitt, pero esto tendré que abordarlo en otro texto.)) y lo “objetivo”. Toda experiencia del mundo, lo que esta desencadena y desde dónde se observa, se sitúa en un contexto((Haraway, D.J. Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Ediciones Cátedra. Madrid, 1995.)).
Este texto es, en su conjunto, un esbozo del détournement total, de la expropiación definitiva que propongo desde el anarco-feminismo revolucionario. Hagamos del détournement algo infinito: desviemos nuestros traumas, desviemos el lenguaje, el género, nuestra sexualidad; desviemos a la academia, a las ciencias occidentales, a los pensadores fascistas y conservadores, como también a los “aliados” que a diferentes niveles nos siguen violentando. Desviemos este mundo y con su pedacería, hagamos otro. He aquí mi pequeña contribución, como ejemplo, para llevarlo a cabo.
E.A.
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NEGATIVA, taller libertario de filosofía política, se realiza todos los viernes a las 18:00 horas en El Sotrac, Biblioteca Crítica del CSO La Cinétika, espacio feminista, anticapitalista y autónomo.
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